martes, 7 de junio de 2016

Hikikomori: los ermitaños modernos

Fenómenos sociales como el desempleo, la deserción escolar o el bullying son comunes en todas las sociedades modernas, sin embargo la manera de lidiar con dichos problemas, así como la carga simbólica que tienen, difiere enormemente en cada cultura. En el caso de Japón, los problemas mencionados se consideran fracasos ante la sociedad, por lo que conllevan un fuerte sentimiento de vergüenza que pesa sobre toda la familia. Hikikomori, la retirada de todas las actividades sociales para aislarse en la seguridad del propio cuarto, es la manera en la que muchos jóvenes japoneses han manejado la vergüenza asociada a lo que es visto como un fracaso para convertirse en miembros productivos de la sociedad. Usualmente estas personas se encierran dentro de la casa de sus padres, con quienes la relación suele ser tensa.



A principios de la década de los 1990s, cuando el psiquiatra y autor japonés Saito Tamaki comenzaba su ejercicio profesional, notó que un gran número de padres se acercaban a él pidiendo ayuda con hijos que habían abandonado sus estudios para ocultarse por meses o años en su cuarto. Estos jóvenes provenían de hogares de clase media, eran casi siempre varones y la edad en la que iniciaban dicho comportamiento promediaba los 15 años. Puede sonar como simple pereza de jóvenes consentidos, pero el Dr. Tamaki nos dice que sus pacientes sufren de una aguda ansiedad social, pues incluso cuando desean salir a experimentar el mundo son incapaces de hacerlo. Dependiendo del caso, algunas de estas personas pueden sufrir de violentos arrebatos de ira, pautas obsesivas, paranoia, depresión, o conductas infantiles.

En la mayoría de los casos, el rehusarse a asistir a clases es el primer paso para el aislamiento, para algunos la razón es el bullying, para otros es la constante presión por la excelencia académica, pero independientemente de la razón, lo que en todos estos casos promueve esta conducta es la resistencia de los padres a pedir ayuda. Algunos no quieren que su situación se sepa, otros creen ser capaces de lidiar con la situación por sí mismos, pero conforme pasa el tiempo se vuelve cada vez más difícil salir de la situación.

Una de las fuerzas que conspiran para mantener a las personas aisladas es lo que en japón se conoce como sekentei, que es la palabra utilizada para nombrar a la reputación de una persona en su comunidad y la presión que siente para impresionar a los demás. Esta conceptualización provoca que entre más tiempo permanezca aislada una persona, la sensación de fracaso se vuelva cada vez mayor, minando la autoestima y confianza del individuo, haciendo que el prospecto de dejar el hogar se vuelva cada vez más amenazante. Otro factor social que entra en juego aquí es el amae,  que es la dependencia característica de las familias niponas, lo que explica porque para los padres es impensable obligar a los hijos a salir del hogar, incluso cuando estos llegan a ser violentos hacia ellos.

Andy Furlong, un académico de la Universidad de Glasgow que se especializa en la transición de la vida escolar a la laboral, conecta el incremento del fenómeno hikikomori con el estancamiento de la economía Japonesa a partir de la década de los 1990s. Fue en este punto en el que tener acceso a una buena educación dejó de garantizar seguridad laboral, por lo que las nuevas generaciones se enfrentaron con trabajos temporales y de medio tiempo. Todo esto vino con un estigma, pues la generación anterior, que se había graduado para encontrar fácilmente empleos estables, no simpatizaba con lo que veían como una generación de jóvenes parásitos. Una reacción común de los padres es tratar a su hijo con enojo, sermonear y tratar de hacerles sentir culpables por avergonzar a la familia, corriendo el riesgo de cortar por completo los canales de comunicación con su hijo.

¿Qué hacer entonces ante este creciente problema? Por un tiempo, una compañía ubicada en Nagoya promovió sus servicios para irrumpir en los cuartos de los jóvenes para propinarles una especie de terapia de choque. Saito Kazuhiko, director de psiquiatría del hospital Kohnodai, afirma que este tipo de intervenciones súbitas pueden ser desastrosas, pues  en muchos casos el paciente se torna violento tanto hacia las personas que realizan la intervención como hacia sus padres. El Dr. Kasuhiko está a favor de las visitas por parte de profesionales calificados siempre y cuando el paciente sea previamente informado.

Saito Tamaki menciona que en su experiencia es imposible salir del estado de aislamiento sin una red de apoyo, su enfoque consiste en reorganizar la relación entre el paciente y sus padres, enseñando a los padres estrategias para abrir los canales de comunicación con su hijo. Cuando el paciente ha mejorado lo suficiente como para salir de casa puede incorporarse a terapias grupales, las cuales han demostrado ser un factor clave en la reincorporación de los hikikomori a la sociedad. Podemos encontrar a este tipo de grupos en clubes juveniles llamados ibasho, donde los visitantes encuentran un lugar seguro que les sirva como punto medio para reinsertarse en la sociedad. Dichos visitantes también son los padres, quienes a veces acompañan a sus hijos o van por su propia cuenta para recibir apoyo.

Este fenómeno era considerado en un principio como una excentricidad japonesa, relacionado a características propias de su cultura como el perfeccionismo, timidez, indulgencia de los padres, aunado a la desaceleración de la economía del gigante asiático. Sin embargo esto también se ha convertido en un  problema para Corea del Sur y comienza a haber reportes de fenómenos similares desde lugares tan lejanos como Francia y EUA.

En suecia han surgido una serie de conductas muy similares a las de los hikikomori entre la población joven, la preocupación por este hecho ha dado como resultado la creación de programas para su prevención y tratamiento.  Bajo el entendimiento de que la prevención es la mejor cura, el objetivo de estos programas es facilitar el regreso a las actividades lo más rápido posible antes de que el aislamiento se convierta en un comportamiento profundamente arraigado. El objetivo de estos esfuerzos va desde niños de 10 años hasta adultos de 24 años, además de  buscar la ayuda de los padres y las escuelas. Este enfoque se centra en visitar tanto los hogares como las escuelas para enseñar a las personas las habilidades y la motivación necesarias para mantener una vida social activa.

En Japón, alrededor de 700,000 individuos viven como hikikomori, su edad promedio es de 31 años pero los mayores entre ellos sobrepasan los 40, algunos han vivido en aislamiento por más de veinte años. De acuerdo con las autoridades niponas, más de millón y medio de personas están al borde de convertirse en hikikomori. Pero actualmente, con algunos de los padres de hikikomori llegando a los 60 años, surge la pregunta ¿qué pasará con esta multitud de gente incapaz o reacia a cuidar de sí mismos cuando sus padres se hayan ido? Es por esto que muchos en Japón miran hacia el futuro con temor de lo que denominan como el problema 2030, pues en ese año los hikikomori de la primera generación llegarán a la edad de retiro, y con una de las tasas de natalidad más baja del mundo, la pirámide poblacional de Japón se está invirtiendo de tal forma que la viabilidad de su economía está en peligro.



De las diversas experiencias en el tratamiento de este problema podemos concluir que la intervención temprana es crucial, cada día de retraso refuerza el retraimiento y reduce la motivación. Para las personas con ansiedad social el aislamiento es recompensante, por lo que una intervención exitosa es mucho más difícil una vez que el patrón de aislamiento se ha establecido. Aún así, incluso para el ermitaño más aislado el reingreso gradual a la sociedad crea un círculo virtuoso de satisfacción al enfrentar situaciones sociales de manera cada vez más cómoda. A largo plazo, la persistencia y la paciencia son recompensados siempre y cuando estas personas cuenten con la ayuda de una fuerte red de apoyo que facilite su reconciliación con el mundo exterior.